“Yo siempre me he considerado una escritora tal vez no limonense, pero sí caribeña. Hay algo en El Caribe que es una impronta muy fuerte. El hecho de vivir junto al mar, esa sensación de libertad que te da. ¡Y la naturaleza! La naturaleza es algo que te marca. Es tan potente El Caribe que no podés eludir esa fuerza de piel, de olor, de hormonas”.
Arabella Salaverry Pardo, poeta, narradora, actriz y promotora cultural fue galardonada con el Premio Magón 2021, la máxima distinción que otorga el Estado costarricense a los trabajadores de la cultura, por méritos excepcionales.
Catorce libros publicados entre poemarios, novelas y colecciones de cuentos; una treintena de participaciones en montajes teatrales; una veintena de papeles en rodajes cinematográficos, hablan del volumen de su obra; premios y reconocimientos dan testimonio de su calidad y trascendencia.
Obtuvo en dos ocasiones el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en las categorías de Cuento (2016) y Poesía (2019). En 2011, el Ministerio de Cultura y Juventud, el Teatro Melico Salazar y la Compañía Nacional de Teatro (CNT) le brindaron un homenaje “por una vida dedicada al teatro y por su contribución a la labor de la CNT”.
Presidió la Asociación de Escritoras Costarricenses (AEC) entre los años 2008 y 2010; ha sido jurado de concursos literarios internacionales y ha representado a Costa Rica en eventos culturales en diferentes países.
Con ocasión del Premio Magón que le ha otorgado el Estado costarricense, Salaverry habló con Lectomaníacr acerca de su obra y de su vida: la intensidad de los primeros años en El Caribe, sus estudios en México, la familia, los amigos entrañables; sus hijos de papel y tinta; la presencia abarcadora de la mujer en su obra literaria. Entre otros temas.
Pese a la magnitud de su currículum, Arabella sigue siendo la persona que ha sido siempre: la actriz apasionada, la escritora inquieta y perfeccionista, la eterna buscadora de sueños. Todo eso vertido en un molde de intachable modestia. Como su nombre lo dice (Ara-bella), es un altar bello pero sin pompas ni ornamentos, solo la belleza desnuda de un alma nacida para el arte.
Su primera reacción tras recibir la llamada en que le anunciaban el premio fue de emoción, pero un minuto después examinaba si había merecimiento suficiente en su trabajo para recibir una distinción tan alta.
“Yo siempre estoy bajándome el piso a mí misma. Me encantan los reconocimientos pero me acongojan, me pongo a pensar si estaré dando la medida para merecerlos. Después me puse a revisar y me dije: “son 60 años de trabajar como una hormiga sin ningún tipo de apoyo institucional, a puro pulmón, pues sí, puede ser que lo merezca. ¡Qué bueno y qué rico y qué alegría!”, nos comenta.
Lectomania: En la fundamentación de su fallo, el jurado destaca tu larga trayectoria como poeta, narradora, actriz y promotora cultural. De esos amores, ¿cuál es el que más satisfacciones te ha proporcionado y cuál es el que te ha hecho sufrir más?
Arabella Salaverry: Creo que todo en la vida es agridulce. Nunca nada es totalmente amable, ni totalmente amargo. Por ejemplo, el teatro para mí es energía, estar en un escenario y recibir esa retroalimentación del público es muy gratificante, pero también me ha dado decepciones como estar propuesta para un personaje, trabajar muchísimo y, de pronto, enterarme de que no me eligieron. Esos son momentos de gran amargura.
Lo mismo pasa con la literatura. Por ejemplo, con (el libro de cuentos) “Impúdicas” me pasó algo muy curioso. Lo había presentado a una editorial y ésta lo rechazó con un acta de oficio en la cual se manifestaba que no tenía la calidad literaria requerida. Pero al año siguiente obtuvo el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría. Entonces, en el oficio del arte siempre hay gotitas dulces y gotitas amargas.
Ahora bien, yo creo que últimamente me estoy decantando mucho más por la literatura, es una pasión que está sostenida desde mis 14 años cuando empecé a escribir poesía. Y ha sido persistente aunque no haya publicado durante muchos años, en los que nunca deje de escribir. Creo que de 14 años a 75 es un trecho grande
L.: Si volvieras a nacer, ¿harías algo diferente en tu nueva vida?
AS: Haría lo mismo, porque de todo me he alimentado y todo me ha dado la oportunidad de crecer. El otro día me subí a un escenario a tomar unas fotos. Estaba la platea vacía, el escenario vacío, pero en cuanto encendieron las luces fue como si hubiera recibido una descarga eléctrica, como que el escenario te llena de vida y de mucho amor directo. Hay una sinergia permanente. El cine es más intimista, pero te permite explorarte más profundamente. La literatura… en definitiva, yo creo que siempre estoy en la búsqueda del amor, del cariño, y la literatura me ha dado eso también.
Encontrarme con nuevas generaciones que aceptan lo que yo escribo me parece uno de los premios más grandes. Así que yo creo que haría lo mismo, seguiría en la misma locura.

Los problemas de la mujer constituyen un eje de la obra literaria de Salaverry.
L.: ¿Cuál es de tus propios libros el preferido?
AS: No sé… A mí me gusta mucho “Rastro de sal”, pero el libro más visceral, que escribí tanto con el intelecto como con los ovarios fue “El sitio de Ariadna”. Rastro de sal me gusta porque hay mucho de la reinterpretación de la historia familiar, porque me permitió profundizar, desde la Candelaria de la que provengo, cuya tumba está ahí, en Puerto Limón, y en cuya lápida está escrito: “natural de Cartagena de Indias, 1874”. Ese epitafio fue el disparador para la novela, más algo de la tradición oral familiar que la reinterpreto y cambio en algunos aspectos.
Violenta piel, como poemario, lo quiero mucho, porque es un grito por la condición de la mujer, un clamor por temas de género.
Yo diría que normalmente es el último que uno está escribiendo o que escribió del que más se enamora. Entonces, me inclino por “El sitio de Ariadna”.
L.: Y de los libros que has leído ¿cuál es el que más te ha gustado o te ha llegado más profundamente?
AS: Uf… Qué difícil, porque uno se va construyendo desde sus lecturas a lo largo de los años. “Al este del paraíso” (John Steinbeck, 1952), por ejemplo, fue un libro que me conmovió enormemente. Yo no sé si leyéndolo de nuevo me produciría el mismo impacto. Últimamente, estoy releyendo “El cuarto propio” y me parece que es un ensayo que te entra hondo en la piel, como las marcas en el ganado. ¿Qué más?… García Lorca, yo me empecé a formar en el arte con una enorme influencia de García Lorca, desde muy chiquita.
Recuerdo que mi madre estaba haciendo un montaje de “La zapatera prodigiosa” con estudiantes y yo me aprendía todos los textos. Y cuando empecé de 16 años con un grupo de poesía coral, Lorca estaba ahí. “El prendimiento y la muerte de Antoñito El Camborio”, aún lo tengo en la mente, si querés te lo recito. Son cosas que te marcan: la musicalidad de Lorca , su teatro, su poesía.
Y, además, el descubrimiento maravilloso de la literatura costarricense. Yo creo que la literatura en Costa Rica se para al lado de la de cualquier parte del mundo. Siempre he sentido que si Alfonso Chase hubiera nacido en otro país sería premio Nobel, por el espectro que cubre su obra, la belleza, el compromiso. O los nuevos novelistas, por Dios, que están a la altura de los mejores colombianos o argentinos. Estamos produciendo muy buena literatura.
L.: Parece que no es muy buena idea nacer en Costa Rica para ser escritor…
AS: Para nada. Yo siempre he dicho que nosotros somos una isla no siéndolo. Y a pesar de todo lo que significan los avances en la comunicación, continuamos siendo una isla. Algo nos apoca y nos deja aquí clavados.
Es curioso, he tenido la oportunidad de participar algunas veces en la Feria de Guadalajara y en una oportunidad tomé parte en un recital. Fue increíble encontrar ese público hiperreceptivo. ¿Por qué entonces no logramos pasar ese cerquito que tenemos?
L: ¿Qué cosas vitales le heredó el Caribe a Arabella Salaverry, como persona y como artista?
AS: Creo que muchísimo. Yo siempre me he considerado una escritora tal vez no limonense, pero sí caribeña. Hay algo en El Caribe que es una impronta muy fuerte. El hecho de vivir junto al mar, esa sensación de libertad que te da.
Por otra parte, me tocó un Limón que no es el de ahora, un Limón muy distinto, pasé toda mi infancia e incluso parte de mi adolescencia en un ambiente muy libre en el que cada quien se las debía arreglar como podía. Imaginate que tenía 11 años y debía viajar sola a San José en avión, para venir donde el odontólogo especialista, a pesar de que mi mamá era odontóloga. Aterrizaba en el aeropuerto de la Sabana, tomaba un taxi y me iba donde el dentista. Eso me empezó a dar a una gran independencia.
Además, había un ambiente de mucha contradicción. Yo pertenecía a una familia muy sensible con los temas raciales, pero Limón era un gueto hiperrracista. Por otro lado, vivía en el seno de una familia de izquierda, pero estudiaba en un colegio de monjas conservadoras. Mi padrastro era hermano de Addy Salas (esposa de Manuel Mora, fundador del Partido Comunista), un hombre que había sufrido la represión tras la guerra del 48. Desde los 10 años escuchaba en mi casa hablar de temas políticos y de teorías como el materialismo dialéctico y, al mismo tiempo, las monjas me ponían a rezar por Hungría por la invasión de esos comunistas tan malos.
Creo que todo eso me fue conformando de una determinada manera, llena de contradicciones, de mucho dolor y soledad también, con mucha preocupación por el otro, por el tema del racismo porque yo estuve en una escuela primaria de monjas, que era mixta, y ahí éramos negros y blancos mezclados, como en el poema de Guillén, y no había ningún problema. Pero íbamos al Club Miramar y ahí no podía entrar un negro ni un chino, aunque todos éramos medio negros y medios chinos.
En la familia había una sensación de pertenecer a una especie de aristocracia, una aristocracia muerta de hambre porque nadie tenía plata. Me acuerdo de las mesas en mi casa, mi madre siempre preocupada por el último detalle. El té se lo subían después de la siesta, a las 4 de la tarde, con mantelito bordado. Era un mundo muy particular, de mucho savoir, un mundo de pensar en los ancestros que a lo mejor era unos desarrapados, pero les dábamos en la memoria un estatus distinto.
¡Y la naturaleza! La naturaleza es algo que te marca. Es tan potente El Caribe que no podés eludir esa fuerza, es de piel, de olor, de todo. Yo voy a El Caribe y las hormonas me comienzan a funcionar distinto, en cuanto paso la quebrada de los González, todo me cambia.
Asimismo, la diversidad cultural. Por ejemplo, mi hermano aprendió primero a hablar mekatelyu porque mi mamá -que era odontóloga y profesora- trabajaba mucho y estaba muy poco en la casa. Daba clases en la mañana, atendía la clínica odontológica en la tarde -después de la siesta que no se interrumpía por nada del mundo- y luego continuaba trabajando en la escuela nocturna. Entonces, mi hermano se crio con Maibis, ella era nuestra nana.
Mi mamá tuvo el interés enorme de rescatar la culinaria de El Caribe en un libro que se llama “Limón y su cocina”, hizo investigaciones con las iglesias, convocaba concursos de cocina. Bueno, la acaban de nombrar benemérita. Imaginate, estoy muy contenta, muy orgullosa, este ha sido un año de reconocimientos. Además, una novela escrita por ella fue recientemente aprobada para su publicación por la editorial de la UNED. Es muy interesante porque la novela es como si la hubiera escrito ahora pero todo referido a los momentos más horribles del somocismo: las cárceles, las torturas. Yo no la había leído porque a uno como que no le gusta meterse con las cosas de las mamás o de los papás, incluso ella me pidió que se la corrigiera y yo nunca quise porque me decía: si le digo que está mal me va a aborrecer, porque trabajó como una loca escribiéndola. Finalmente me tocó leerla y realmente la disfruté mucho.
Limón era un mundo muy rico, grande y extenso, pese a ser territorialmente pequeño. El Limón que fue mío, el de los años 50, que ya no era el maravilloso de los años 20 y 30, está en “Rastro de sal”.
(…)
L.: En tu obra se percibe una preocupación central por la mujer. No solo por su problemática social sino también por su intimidad, su sensibilidad, sus vivencias ¿Cuál es el trasfondo de esa constante?
AS: Yo te conté que fui una gran lectora, pero me encontré que la visión masculina de lo que es la mujer siempre se queda corta y, además, que la mayoría -con excepción de algunos ejemplos gloriosos como Madame Bovary o Ana Karerina- los personajes principales siempre han sido masculinos y los femeninos están tamizados por la visión masculina. Yo sentí que era importante desde mi percepción como mujer hablar de lo que nos pasa a las mujeres. Eso no fue algo conceptualmente asumido, sino que se me fue decantando solito. Me di cuenta de que eso era lo que me interesaba y de que eso era lo que quería. “Impúdicas”, por ejemplo, era al inicio un homenaje al Limón de antes, pero los cuentos se fueron transformando hasta conformar un libro sobre la “impudicia” de hablar de lo que se calla.
Hay ahí de todos los temas que nos atañen: del abuso infantil, del aborto, de una violación, de sueños, amores, de todo, pero desde esa visión de mujer. Así que cuando ganó el premio yo me puse muy feliz justamente por eso. En realidad, por tres cosas. Primero: el libro había sido rechazado por una editorial; segundo: no tenía ni idea de quiénes eran los jurados; tercero: se premiaba un libro que hablaba de temas de mujeres desde la voz de una mujer. Es una de las mayores satisfacciones que he tenido como escritora.
L.: Estos personajes tuyos protagónicos son mujeres de todo tipo: rebeldes, sumisas, soñadoras, realistas, pero todas resultan entrañables. Todas son personajes lindísimas e inspiradoras y las construiste con pocas palabras. Eso es muy notable, porque si resulta arduo construir personajes para una novela con muchas páginas, mucho más complicado es hacerlo para un cuento corto. ¿Tienen esos personajes referentes en la vida real?
AS: La mayoría. Yo no soy muy imaginativa, pero puedo imaginar a partir de algo que me dispara. La tumba de Candelaria Figueroa de Pardo me sugiere la pregunta: ¿cómo sería esta joven que venía de Cartagena de Indias, uno de los centros más civilizados de ese momento, al suampo de Moín? Entonces, me puse en los zapatos de esa Candelaria. Pero normalmente necesito ese punto de partida para comenzar a construir. Hay un mantón de manila en la novela que va pasando de generación en generación, yo tengo ese mantón ahí, existió, fue de mi abuela y no de la tatarabuela Pardo, pero pasó de la abuela a una tía y esa tía me lo pasó a mí, y yo se lo pasaré a alguna hija.
El mantón es como lo describo en la novela, aunque en el relato la descripción vuela un poco, pero sí está con sus flores y sus verdes manzana. Lo tengo ahí para describirlo.
L.: Y en este deseo de expresar las particularidades de la mujer, ¿qué tuvieron que ver Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre?
AS: Muchísimo, yo soy de esa generación en el momento del apogeo del existencialismo y la presencia de Simone en el poema “chicas malas” digo algo así: “me desvelé con Sartre pero fue Simone quien disparó nuestra protesta. Sí, por supuesto, recuerdo todavía el impacto que fue para mí cuando me regalaron “El segundo sexo” (de Beauvoir), yo tenía 17 años. Es que fuimos generaciones muy precoces. Por eso el título de ese poema que le da nombre al libro: “Chicas malas”, que se me ocurrió un día en que estaba en una presentación en el Instituto México, con Alfonso Chase, y se nos acercó Zulay Soto. Tuvimos los tres una conversación, no sé qué comentábamos y Zulay me dijo: “no, lo que pasa es que ustedes eran las chicas malas”. Y yo dije: “claro, éramos las chicas malas”.
(…)
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