Para mi profundo desagrado, he sido testigo de la más terrible derrota de la razón y del más enfervorizado triunfo de la brutalidad; (…) nunca jamás sufrió una generación tal hecatombe moral, y desde tamaña altura espiritual, como la que ha vivido la nuestra.
Stefan Zweig. El mundo de ayer
La derrota de la razón, de Antonio Pombo Sánchez, es un regalo para todo aquel que lo lea; un regalo de los que hacen un inmenso bien. La vida que Janusz Korczak escogió es de las que deberían figurar entre nuestros referentes, nuestros modelos a seguir, a emular, pues sus actos son de esos hechos que honran y compensan la a menudo atroz historia de la humanidad. ¿¡Qué sería de nosotros sin personas así!?
Janusz Korczak, seudónimo de Henryk Goldszmit, nació en Varsovia en 1878 o 1879. Este ser humano, desde el momento en que hubo de tomar decisiones que implicaban asumir responsabilidades, se orientó por preocuparse y ocuparse del cuidado de los más desfavorecidos de su época: los niños. Lo hizo inicialmente como pediatra y más tarde como educador y cuidador, y acabó dedicando la mayor parte de su vida, incluido su final, a hacerse cargo de los más maltratados y marginados de ellos: los niños judíos, pobres y huérfanos. Niños judíos hambrientos y atemorizados que cuidó, asistió y protegió, desde antes 1940 y seguidamente después en el Gueto de Varsovia, hasta su exterminio el 5 de agosto de 1942, cuando las autoridades del gueto decretaron el éxodo de niños judíos con destino a las cámaras de gas de Treblinka y Majdanek. Fue entonces que Korczak, muy enfermo y sexagenario, pero comprometido y resuelto, acompañó por la calle en surrealista procesión a sus más de doscientos niños hasta el tren que los llevaría a la muerte, sabedor además de que si él mismo subía moriría allí asesinado. Llevando a un pequeño en brazos y a otro de la mano, consiguió mantener compasivamente a los niños en la ignorancia de su destino fatal hasta que todos hubieron subido, y en ese momento él subió al tren también. Más tarde sería obligado a contemplar las ejecuciones y compartir brutalmente su triste fin.
Más de un cuarto de millón de hombres, mujeres y niños judíos (unos 25 000) fueron gaseados e incinerados en Treblinka entre los meses de julio y septiembre de 1942. Muchos decidieron, como Korcczak, sacrificarse y acompañar hasta el final a los suyos. Ahora bien, hay que destacar que lo distintivo de este héroe no es su acto supererogatorio sino toda su vida de adulto, pues toda ella estuvo jalonada por decisiones morales en circunstancias que endemoniadamente llevaron a la mayor parte de las víctimas a la deshumanización (como bien pudo transmitir Primo Levi en “Si esto es un hombre”). Una trayectoria vital ética inquebrantablemente comprometida con un ideario. Y es que lo realmente difícil no es morir bien, sino vivir bien.
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