Por Jacobo Sucari, profesor en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona, Investigador en arte, tecnología y política, y autor de “Los proyectos frustrados“.

Colas para la vacunación en el Hospital Zendal en Madrid. ÁLVARO MINGUITO
La implementación de una vacunación masiva para atajar la actual pandemia supone extender el control sobre los modos de vivir y de morir que teníamos hasta ahora.
El lenguaje como un virus extraterrestre
En el comienzo fue el Verbo y muy probablemente en el final será el “código”, cualquiera imaginable: una serie de signos que delimite el sino de nuestro código genético en la mutación final de la especie.
Mediante un potente eslogan, el escritor William Burroughs sostuvo que el “lenguaje es un virus” y que, dada la capacidad combinatoria del lenguaje, este habría sido capaz de abrir las puertas de la naturaleza a la conciencia humana.
Para Burroughs, el lenguaje es un virus venido del espacio y por eso nos supera y nos arrastra hacia una dimensión de lo desconocido. La metáfora por cierto es hermosa, y Burroughs fue capaz de jugar con ella durante largos años en su literatura y en su propia vida. A día de hoy, con la pandemia en la calle y aferrados más que nunca por el lenguaje del poder, podemos pensar que el virus que hoy nos consume, ese virus que se denomina COVID-19, es precisamente un hacedor de lenguaje. Del eslogan del lenguaje entendido como un virus venido de otro planeta, hemos pasado al virus como lenguaje, configurado ahora en la tierra.
Virus e ingeniería lingüística
Frente a la incertidumbre en la que nos ha situado la vivencia de la pandemia, las certezas que podemos sostener se refieren al juego semántico que se establece en torno al virus. Es decir, cómo se describe y se nombra el virus desde la dimensión del lenguaje del poder y de su correa de transmisión que es el lenguaje mediático. Es decir, el virus significa precisamente aquello de lo que se nos habla, su modo de ser nombrado, los imaginarios que configura, las vivencias que nos dispone, el orden que hace posible.
Los hechos no se pueden definir por las dinámicas de la estadística que anuncia la cantidad de enfermos y muertos en la pandemia, sino en la situación fáctica del virus, el crudo principio de realidad en la que el virus nos sumerge y que aflora en la dimensión de la creación de sentido por parte del poder, el cuadro de fondo que diseña a sociedades cada vez más permeabilizadas por un patrón unidimensional, mediante un refinado uso de ingeniería lingüística.
Lo sorprendente de esta situación es que el virus en vez de ser disruptivo respecto del estado en que vivíamos, se intenta convertir en un virus restaurador de las utopías neoliberales.
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Foto: Colas para la vacunación en el Hospital Zendal en Madrid. ÁLVARO MINGUITO
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