Entrevista a las psicoanalistas Ana Miñarro y Teresa Morandi, coordinadoras del libro Trauma y transmisión. Efectos de la guerra del 36.

Muertes durante la guerra de 1936 en el combate (unas 300.000), pero también lejos del frente de batalla (cerca de 200.000 personas); en torno a 20.000 republicanos asesinados en el periodo inmediatamente posterior al triunfo fascista; cárceles, campos de concentración, exilio… Las psicoanalistas Anna Miñarro y Teresa Morandi son las coordinadoras de un libro Trauma y transmisión. Efectos de la guerra del 36, la posguerra, la dictadura y la transición en la subjetividad de los ciudadanos”, editado por Xoroi edicions (en español y catalán) y la Fundació Congrés Català de Salut Mental. El texto trata de explicar cómo la guerra desgarró la biografía de las personas que la sufrieron, pero tuvo efectos también sobre las generaciones posteriores, hasta hoy. Según las autoras, el trauma no puede cerrarse, de manera que la huella queda indeleble. Ahora bien, existe la posibilidad de elaborar el duelo, expresar con palabras el dolor e iniciar un proceso de “resignificación”. Anna Miñarro y Teresa Morandi también explican que ante la prisión, las torturas y los campos de concentración, los principales mecanismos (psicológicos) de defensa eran la ideología y la solidaridad.

-¿Reaparecen las heridas mal cerradas, los muertos mal enterrados? ¿Es posible el olvido?

-Anna Miñarro: No, es absolutamente imposible. El recuerdo siempre retorna en estos casos, porque no ha podido hacerse el duelo. Ahora bien, ha de establecerse la diferencia entre los vencedores, que ante el fusilamiento o la desaparición de un familiar pudieron elaborar el duelo desde el primer momento. Y el caso de los vencidos, cuyos muertos están enterrados bajo las cunetas y el duelo fue imposible. 75 años sin que pueda hablarse del asunto hacen que la impunidad se convierta en una tortura.

-Teresa Morandi: No puede enterrarse bien a los muertos a quienes se ha asesinado sin juicio previo y en crímenes perpetrados con nocturnidad. Los seres humanos celebran una serie de rituales para conmemorar el nacimiento o la muerte, y así estar cerca de sus seres queridos. Esto fue imposible para más de 100.000 personas en el estado español. Todavía no los ha reconocido un estado que debería haberlos amparado.

-¿Qué aporta la mirada psicoanalítica al estudio de la guerra civil española y la posterior represión?

-AM: El terror, además de una actividad con finalidad represora, se convirtió en un método de control social y en un elemento decisivo de la forma de gobierno franquista. Se impuso el silencio como única posibilidad de sobrevivir. La imposibilidad de hablar, de pensar, de expresarse ideológicamente e incluso en relación con los afectos y las vivencias, profundizó las heridas psíquicas heredadas de la guerra. Esto impidió la elaboración de duelos y la psi(ci)catrización de las heridas. Buscamos, entonces, analizar los efectos psíquicos en la subjetividad de los ciudadanos producto de la violencia. Precisamente en el oficio del Psicoanálisis, cuestiones como sujeto, memoria, trauma y duelo tienen una importancia fundamental.

-TM: El sujeto, el ser humano, no puede pensarse sin lo social, ni tampoco puede pensarse sin el cuerpo. Es nuestro oficio escuchar estas dificultades que tiene el sujeto con sus lazos sociales. Desde hace mucho tiempo se habla de los soldados que volvieron de la primera guerra mundial o de la guerra de Vietnam, sus traumas y dificultades para enfrentarse a lo social o los maltratos que fueron capaces de infligir a otras personas. Incluso se está conociendo el suministro de drogas a soldados. Hay un documental sobre ello titulado “Drogas con receta”. Pero en el estado español no se ha hablado, en general, sobre los efectos de la guerra. Ha habido un gran desconocimiento.

-¿Qué testimonio destacaríais de vuestro trabajo de investigación?

-AM: El caso de una señora de 92 años. Nos dijo que quería hablar porque estaba a punto de morirse. Hicimos la entrevista en la comarca de El Vallés (Barcelona). El lugar al que nos dirigíamos –“El turó de la Ilussió”- no figuraba en las guías, lo buscábamos sin encontrarlo. La señora se exilió a Francia con sus hijas de dos y tres años, y su marido permanecía en el campo de concentración de Argelès-sur-mer. Me impactó mucho su testimonio. Yo no sabía que se hubieran cometido violaciones incluso dentro del estado francés (que supuestamente debería proteger a los exiliados). Esta mujer resultó violada con 20 años por el prefecto de Perpiñán, a cambio de obtener más vituallas para sus hijas. Ella vivía en una precariedad absoluta. Cuando volvieron del exilio, su marido no la dejó salir de casa.

-TM: Yo le hice una entrevista a su hija. Nos dijo que sabía que el franquismo existió y que hubo represión, pero no todo lo que estaba pasando. Al cabo de un rato nos dijo que su hijo tuvo problemas con la drogadicción, nos explicó cómo luchó para que este hijo no acabara malamente, y que ahora estaba mucho mejor. No me hablaba del nieto (que estaba allí delante) sino de su hijo. Y hablaba de él como de ese vacío que se produce a causa de un trauma. Es como si uno no tuviera el recuerdo de algo que ha pasado, pero a veces se despierta por cualquier situación (hay como una llamada al trauma) y se produce una angustia superior a la que el sujeto puede aceptar. Esto se traduce en pesadillas, escalofríos o repetición de determinados actos y situaciones que indican que algo está ocurriendo. Todo tiene que ver con el impacto terrible de situaciones muy violentas.

Trauma y Transmisión.

Fotografía de cubierta: Imagen de la playa donde estaba ubicado el campo de concentración de Argelers de la Marenda, 1939 – 1942.

-¿Hay posibilidades de forjar una identidad personal y colectiva sin memoria?

-AM: Absolutamente imposible. La identidad personal se construye. Pero hay que distinguir entre las personas que no han podido construir su identidad y otros que sí la tenían constituida (una personalidad estructurada). En el exilio la identidad es una de las primeras cosas que se pierde, porque te marcan con un número e incluso te quitan el nombre. Hay además casos de cambio de nombres vinculados a la naturaleza en el mundo anarquista (Floreal, Armonía…). Hubo muchos ejemplos en el Camp de la Bota (Barcelona). Recuerdo una mujer, Armonía, a quien las monjas le cambiaron su nombre por el de Mónica.

-TM: El ser humano no es idéntico a sí mismo. En todo caso se identifica con las personas que le acogen cuando nace y las que se encuentra a lo largo de la vida. El legado de la familia, nombre y apellidos, las dictaduras se lo cargan de un plumazo. La historia de los campos de concentración con los números, o con la pérdida de identidad humana es terrible. En el Colegio de Periodistas de Barcelona se celebró una mesa redonda con el historiador Ricard Vinyes, Armonía (la mujer que te citábamos) y un nieto “recuperado” por las Abuelas de la Plaza de Mayo. Se repetían muchas de las cuestiones: les habían robado parte de su vida.

-¿Cómo se podían soportar, según los testimonios recabados, los ingresos en prisión, las torturas o el exilio? ¿Cuáles eran los mecanismos de defensa? ¿Algo parecido a lo que hoy se llama “pensamiento positivo”?

-AM: Hay muchos mecanismos de defensa. Aquellas personas con creencias más fuertes y, digamos, ideológicamente constituidas (con una ideología política), tenían una mayor capacidad de resistencia. Otro mecanismo era la solidaridad. Uno podía ser solidario, por ejemplo, a la hora de repartir el pan o quitarle los piojos a un compañero, pero teniendo en cuenta que este compañero al día siguiente podía ser torturado o estar muerto. Sabemos que el trauma es una herida profunda y difícil de de trabajar, que elabora mejor la persona que de inicio no tenía dificultades psíquicas. Se presentaban numerosos síntomas en el cuerpo y a nivel psíquico como consecuencia de la guerra, que nunca se han reconocido. Hay muchas mujeres con dolores por todas partes, que nadie vincula con una madre deprimida o vestida todo el día de negro.

-TM: La resistencia se daba sobre todo mediante la solidaridad. Porque una persona sola, en una situación tan extrema como un campo de concentración o una prisión…Esto del “pensamiento positivo” es propio de una sociedad que dice que todo está bien, y que aquí no pasa nada. El pasado tiene un peso en la población que no podemos negar. En ocasiones la gente mayor vive situaciones de descontrol, asiste al médico y éste le prescribe medicamentos. Cuando puedes hablar con esta persona o su familia, lo que aparece es la angustia. Recuerdo el caso de un señor que, en un estado ya de problemas con la memoria, le dice a sus familiares: “Que no me fusilen; miren si estoy en la lista, miren si estoy en la lista…”, Este señor no pudo sacar la tortura interior. Es muy importante hablar las cosas, aunque no de cualquier manera.

-¿Queda siempre la huella del trauma? ¿Es posible la “resiliencia”, la “resignificación” en lenguaje freudiano?

-AM: El trauma no puede cerrarse nunca. La marca es imborrable y quedará para toda la vida. Pero las personas que pueden testimoniar y ser escuchadas tienen la posibilidad de iniciar la “resignificación”. Pensaba en una señora de Vall d’Uixó, que nació en la prisión de Castellón, y que fue desterrada a Barcelona con su madre. Nos contó que había llevado al médico a la madre, ya que tenía miedo –muchos años después de la guerra- de salir a la calle por si la mataban. El facultativo le recetó un antipsicótico. Pero decidió dejar de darle a su madre la medicación, ponerle una persona para su cuidado y, sobre todo, que fuera escuchada. “Resignificar”, por tanto, quiere decir saber qué te han hecho y decidir qué hacer con ello. Poderlo hablar y, a partir de ahí, darle un sentido. Hace falta marcar la diferencia entre la “resiliencia” (de origen estadounidense) y la “resignificación”. Estamos en este caso ante una persona diagnosticada como psicótica, cuando no lo era. Se trataba de una persona (previamente sana), que a causa del maltrato recibido en la prisión y con nueve familiares fusilados, vivía con el miedo en el cuerpo.

-TM: En los Grupos de Palabra y Transmisión con diferentes generaciones se habla mucho de los bombardeos, y de lo que significaron en términos de miedo permanente y angustia. Cuando hablamos de las dictaduras y del estado de guerra, la persona convive el día entero con el terror. Eso tiene un impacto en el cuerpo, en la mente y en la relación con los demás. Por otro lado, la “resiliencia” es una palabra muy de moda, cuyo origen está vinculado a la guerra del Vietnam. Cada cierto tiempo aparecen las mismas ideas expresadas de manera diferente.

Con independencia del nombre que le demos, el ser humano convive con situaciones traumáticas. El mismo nacimiento lo es, en el sentido de que hay algo que se fractura. Nos hallamos ante procesos que afectan a la vida familiar y social, relacionados con situaciones, digamos, “excesivas”, de impacto o extrema violencia y que la persona no puede asumir. El tener la posibilidad de decir qué le ha pasado, cómo, qué siente, es una manera de dar un lugar a eso que es inexplicable. Buscar un sentido que pueda integrarse en la vida cotidiana de cada uno. Ello supone una cierta pacificación.

-¿Qué concepción de la salud mental tenía el franquismo? ¿Quedan reminiscencias en el presente?

-AM: El gran mentor del franquismo en la materia era Antonio Vallejo-Nájera, una persona formada por en la psiquiatría tradicional alemana. Está basada en la ideología de la “diferencia”, es decir, todo lo que se consideraba “diferente” (mujeres, locos, homosexuales o rojos) tenía una pésima consideración. Este tipo de psiquiatría se mantuvo durante muchos años. El problema, hoy, es que la mayoría de los psiquiatras no escuchan. No se hace, por ejemplo, una historia clínica completa como en Alemania, que incluya información sobre el contexto familiar.

Pero también a los psicoanalistas, que supuestamente somos los que más escuchamos, nos falta la formación adecuada, y también el deseo de saber, de comentar con el paciente. A algún paciente se le ha dicho: “Bueno, ha pasado ya mucho tiempo de la guerra civil”. Está todo por hacer. En la universidad tampoco se imparte la formación necesaria. Ciertamente aquella violencia de la guerra civil y la posguerra tiene efectos en el presente. Todo el mundo tiene vínculos con la violencia, tanto los que fueron represaliados como los que no.

-TM: Vallejo-Nájera fue formado en la psiquiatría nazi, donde todo el que pensaba de una manera diferente era considerado un enfermo mental, lo que constituía un estigma social. Históricamente, estas enfermedades han sido incomprendidas y tratadas con el encierro, de manera que hoy las cárceles de Estados Unidos están llenas de enfermos mentales. En cuanto a Vallejo Nájera, actualmente nos parecería ridículo. Aunque una jueza catalana, Silvia Ventura, ha escrito un libro muy interesante sobre la transmisión de pensamiento tanto en el colectivo médico como en el de la salud mental. Es un pensamiento que no se cuestiona. Por ejemplo, en las historias clínicas de las mujeres no se pregunta por la emigración (por hambre o represión política) interna. Eso implica que nunca se han estudiado los efectos psíquicos de lo que llamamos las “catástrofes sociales” (en contraposición a las naturales). Los profesionales –psicólogos, psiquiatras o psicoanalistas- tienen muy buena voluntad, pero carecen de tiempo para escuchar. Eso incluye el tiempo de formación. Si un profesional está preparado para escuchar a un paciente, lo escucha; pero si te preparas para callar lo que a una persona le pasa, le das una pastilla.

En las jornadas sobre Defensa de la Atención Pública a la Salud Mental, hemos considerado fundamental atender a las personas de otra manera. No medicando excesivamente, como está haciéndose con la población infantil, juvenil y mayor. Una de las drogas que se hacían servir para que los soldados salieran a matar sin mayores problemas eran las anfetaminas; hoy las anfetaminas están absolutamente extendidas entre la población infantil para combatir el Trastorno de Déficit de Atención por Hiperactividad (TDH).

Por Enric Llopis

Fuente: Rebelión