«España es el segundo país del mundo en número de desaparecidos, una vivencia terrible que ha impactado sobre el psiquismo de las personas».

Teresa Morandi

Teresa Morandi / Foto © Nicolo Ongaro

Teresa Morandi, psicoanalista y psicóloga clínica de origen argentino y estrechamente vinculada a Cataluña desde hace muchos años. Ha trabajado como docente y como supervisora de equipos de salud mental de varios ayuntamientos e instituciones públicas. Su trabajo se ha especializado en los efectos intergeneracionales de los procesos traumáticos vinculados a acontecimientos históricos como la guerra civil y la posguerra española o las dictaduras latinoamericanas de los años setenta. Estos aspectos los ha abordado en trabajos como Trauma y transmisión. Efectos de la guerra del 36, la posguerra, la dictadura y la transición en la subjetividad de los ciudadanos, coordinado conjuntamente con Anna Miñarro y publicado en 2012. En el marco de esa investigación ha entrevistado, desde el año 2004, centenares de familiares y víctimas de la guerra del 1936-39.


Desde una perspectiva psicoanalítica, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de conceptos como el trauma, el duelo y la elaboración?

Desde el punto de vista del psicoanálisis, el trauma, el duelo y la elaboración son conceptos fundamentalmente relacionados con lo humano, es decir, con el ser humano y su subjetividad. En realidad, podemos decir que desde el momento de nuestro nacimiento vivimos un trauma en la medida en que somos divididos entre consciente e inconsciente, o sea, que las palabras no nos alcanzan para decir o explicar todo lo que queremos. Los humanos somos seres hablantes, seres sexuados y seres mortales, y, por lo tanto, hay algo de lo traumático que nos perseguirá toda nuestra vida.

Entonces, el trauma es un efecto en el psiquismo, algo tan profundo que a veces ni uno mismo es capaz de dar cuenta de ello. Esa es una de las cosas más significativas del trauma, que el sujeto normalmente no sabe que tiene algo de «lo secreto» guardado en su psiquismo, algo que tal vez entra en acción en el momento menos pensado de la vida, cuando todo está en paz y en orden.

¿Por qué decimos que la guerra del 36 tuvo un impacto traumático sobre los vencidos y sus familias?

Otra cosa es el trauma como efecto de la violencia. En este caso, con la guerra del 36 —la mal llamada guerra civil, puesto que fue realmente un golpe de estado contra un gobierno democráticamente elegido— se opta por denominarlo como «trauma de catástrofe social», tomando como referencia conceptos de psicoanalistas argentinos que trabajaron precisamente los efectos de la violencia dictatorial del 76, que fue realmente siniestra y cruel, del mismo modo que ocurrió aquí con todo el proceso de la guerra y la posguerra. La violencia marca algo muy importante con relación a un trauma.

España, por ejemplo, es el segundo país del mundo con mayor número de desaparecidos —solo después de Camboya—, y eso es algo que de alguna forma ha quedado sin posibilidad de elaboración, una vivencia terrible que ha impactado directamente sobre el psiquismo de las personas. Se trata de una violencia muy particular, porque es ejercida por un humano sobre otro humano y, en ocasiones, con un componente muy familiar y muy próximo. En el caso de la Guerra Civil y la posguerra, el trauma provocado por el impacto brutal de la violencia, por las amenazas de cárcel y muerte, por los fusilamientos y los «paseíllos», fueron creando un temor en el psiquismo de las personas, un temor que se vivió de distintas formas a posteriori.

Otro de los aspectos que tiene relación con el trauma es el de las ausencias, o sea, la vivencia de una indefensión muy grande, de un desamparo absoluto. Si nos fijamos en la gente que ha podido ofrecer mayor resistencia a los efectos del trauma, son personas que tienen una convicción política, una idea de lucha, que están convencidas de que está luchando por algo justo, y ahí es donde reside su fortaleza. Pero en general, en el trauma hay algo que tiene que ver con el ataque a la identidad, es decir, que te lleva a cuestionarte quién eres y por qué te está ocurriendo esto. Se pierden todas las garantías de derecho: no hay derecho de amparo, no hay otro que te proteja. Y eso estuvo ocurriendo durante mucho tiempo, primero con la guerra, y luego con los bombardeos en la retirada, con la represión sobre la población civil, etc.

¿Por qué son importantes los procesos de duelo? ¿Qué consecuencias tiene la no-elaboración del trauma?

En nuestro trabajo, hemos hablado muchas veces con personas que marcharon junto con sus padres en la retirada, y la sensación que dan esas historias es terrible. Josefina Piquet, que fue la presidenta de Les Dones del 36, vivió los bombardeos de los alemanes en la retirada hacia Francia. Iba con su madre, y en Figueras una de las bombas explotó dejándola sepultada bajo unos escombros. Por suerte la pudieron sacar, pero ella siempre decía que a partir de ahí no pudo hablar más. Fue como que borró todo lo que pasaba. Y luego, en Francia, vivió también situaciones duras, difíciles y traumáticas, porque su madre tenía que trabajar y ella no podía salir con nadie. Se quedaba encerrada en la habitación durante horas hasta que la madre terminaba de trabajar en la cocina. Y todo provocó que durante años no pudiera siquiera hablar del tema, un síntoma que rompió cuando se asoció a Les Dones del 36 y pudo empezar a explicar su historia a los más jóvenes. ¿Cómo se sale de la situación traumática? A través de la asociación con otros, del poder hablar. Es parte de la elaboración del duelo. Un buen ejemplo de ello es el caso de María Zambrano, a quién ya habíamos tomado en consideración cuando planteábamos el tema del exilio. Pero lo suyo no fue solo un exilio, sino una errancia muy sufrida por diferentes países. Y, de alguna manera, lo que ves en su filosofía y en su literatura es la producción de una elaboración de un duelo, un trabajo con el trauma. Y así fue como ella logró sostenerlo, a diferencia de otras personas que cayeron o se derrumbaron. Y eso es importante, el porqué de que unos logren sostenerse a pesar de todo, mientras que otros no logran elaborar esos traumas.

Teresa Morandi

El trauma se transmite a través de identificaciones, un mecanismo psíquico de aproximación al otro. No se trata de una imitación, sino que implica una identificación con el dolor del otro, o bien con la situación dificultosa que causa este dolor. /  Foto © Nicolo Ongaro

La principal hipótesis de su trabajo es que los traumas sufridos por la generación que vivió la guerra se han transmitido a la 2ª, 3ª, e incluso 4ª generación. ¿Cómo opera esta transmisión de lo traumático?

La Guerra Civil y la posguerra crearon un trauma generalizado entre los vencidos y también, en cierta medida, entre los vencedores. A pesar de ello, nosotras elegimos trabajar con las personas que defendieron la República. El trauma se transmite a través de identificaciones, un mecanismo psíquico de aproximación al otro. No se trata de una imitación, sino que implica una identificación con el dolor del otro, o bien con la situación dificultosa que causa ese dolor. Por ejemplo, cuando las madres se ponían a llorar y respondían a las preguntas de los hijos con aquello de que «es que me ha entrado algo en el ojo», igual estaban sufriendo porque el marido estaba sin trabajo, porque no tenían pan, porque ella tenía que salir a trabajar, porque estaba toda la cuestión de que la mujer trabajadora era una roja, y, en definitiva, por toda la humillación que ese hecho acarreaba. Y eso aparece para el otro como un dolor que está allí pero que no tiene nombre, que se vive y que uno se lo apropia, identificándose con él. Es un mecanismo sutil, pero que aparece por ejemplo en el caso de una mujer que vino a la consulta y que afirmaba que todas las mujeres de su familia eran sufrientes. Pero, ¿cómo? ¿Es que tal vez nacían todas con la cruz en la cabeza? Pues ahí había algo que las hizo sufrientes.

Y esto tiene relación con los denominados «duelos congelados», que son esos duelos de los que no se pudo hablar nunca. En este sentido, el psicoanalista francés Serge Tisseron habla de los «secretos familiares», que es algo que nosotras hemos visto en la clínica en varias ocasiones: todo el mundo sabe que hay algo ahí, un rumor de algo pasado que se escucha, pero del que no se sabe nada. Y entonces cada uno crea su propia novela sobre lo que los padres no dicen. Ese uno de los momentos que Tisseron plantea como de «lo indecible», o sea, que hay algo que ocurrió que no se puede explicar. Está el ejemplo de los padres que estuvieron en primera línea de fuego, que se jugaron la vida, pero que también tuvieron que matar. ¿Cómo se puede transmitir algo así? Este es un tema que más tarde estudió en profundidad, sobre todo a partir de la Guerra del Vietnam. ¿Cuáles eran los efectos del retorno de esos soldados, que realmente no solo habían sufrido, sino que además habían infligido sufrimiento? Por lo que a nosotros respecta, este es un punto en el que siempre nos hemos movido un poco ambivalentemente, tanto las familias a la hora de preguntar, como los excombatientes a la hora de contar. Tanto hombres como mujeres.

¿Cómo se expresa la vigencia del trauma en cada una de estas generaciones?

La transmisión generacional del duelo no resuelto y de lo traumático tiene tres momentos. En primer lugar, tenemos ese momento de «lo indecible», en el que uno se imagina que algo pasó, pero no sabemos qué. Por ejemplo, «el abuelo nunca volvió». ¿De dónde? ¿Por qué? ¿Qué hizo? ¿Qué pasó? Todo eso es algo que no se recuperó sino hasta que llegaron las siguientes generaciones.

El segundo momento sería el de «lo innombrable», es decir, que no se puede hablar de eso, que es mejor callarlo o silenciarlo. Y aquí se tienen que diferenciar dos silencios, el silencio impuesto y el silencio propio de las personas y su dolor. El tercer momento es el de «lo impensable». ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que las otras generaciones no hablan de ello, y esto es efecto del silencio, con lo que ya ni siquiera se puede imaginar lo sucedido.

La gente necesita hablar todavía, ya que lo congelado del trauma es difícil que pueda salir. Esa misma paciente que afirmaba que todas las mujeres de su familia era sufrientes me contó que a su bisabuelo lo mataron en la guerra, y que desde entonces su bisabuela se quedó en silencio, sufriendo. Y me decía: «es que yo no sé nada de esa historia, no sé absolutamente nada». Y eso yo creo que son el tipo de cosas que se han vivido, que tienen que ver con el odio, con la vergüenza, con la humillación, con el no poder decir. En una ocasión, un hombre de un pueblecito de la costa me dijo «yo, de aquí para allá, no voy», pero nunca te decía el por qué. Y al final me contó que no tomaba ese camino porque tenía que pasar por delante de la casa de alguien que había sido de la Falange y que le había quitado a su madre la máquina de coser, que era el instrumento de trabajo que ella utilizaba para vivir y comer. Claro, ya no están los de antes, pero están los hijos. Y el te decía que no es que tenga rabia contra los hijos, pero que ellos le recuerdan muchísimo ese tema y que todavía no siente que se haya hecho justicia. Y es que la reparación que se ha hecho hasta ahora ha sido exclusivamente económica, y solo para algunos. Nunca se ha llevado a cabo una reparación simbólica, un pedir disculpas, por ejemplo. Un decir que el Franquismo fue una dictadura, que nunca se ha dicho. Y claro, eso es algo que incide en las heridas.

Recuperando a Goldstein, ¿en qué medida los fenómenos sociales y los trastornos de la subjetividad contemporáneos podrían considerarse manifestaciones tardías de lo ocurrido durante la Guerra, la posguerra y la dictadura franquista?

Trauma y transicion

Esta era nuestra tesis de inicio. Nos preguntábamos si realmente las violencias actuales tienen algo que ver con lo sucedido en el pasado. Y tienen algo que ver, en primer lugar, con lo que
comentaba anteriormente, que no puede ser que vivamos con cien mil personas desaparecidas. Esto tiene que calar. Vemos familias que permanentemente están buscando a sus familiares, ya que el Estado no se hace cargo. Es terrorífico. En Mallorca hemos hecho entrevistas que, para reponernos, hemos estado un día entero. Tiraban gente al mar, como lo hacía Videla. Y aquí no hubo juicios. En Argentina y en Uruguay, por ejemplo, los juicios cerraron heridas, ya que pusieron fin a la impunidad. Y aquí eso no se ha dado. Hasta que no haya justicia y reparación no se cerrarán las heridas del duelo. En el caso de los desaparecidos es aún más difícil. ¿Cómo le pones un cierre a eso?

Ahí no se da la posibilidad de celebrar los ritos de muerte que todos necesitamos para despedirnos de algo. Por lo tanto, es algo que también se te roba. Y los familiares lo único que quieren es eso, recuperar los restos y enterrar a su familia, cumplir el rito de la muerte y acompañar. Es como la tortura, son crueldades que no se entienden.

Con respecto a la subida de VOX y del ideario que ellos representan, es algo que también estamos estudiando y analizando en otro ámbito, que es el de la radicalización, ya sea yihadista, de extrema derecha, etc. Eso es algo que se está viendo en todo el mundo, pero que en España tiene su particularidad.

Además, es algo que está incentivado por el capitalismo y el neoliberalismo, que lo que busca es transformar la subjetividad de las personas, que no se piense, que no se diga. Se nos ha dicho muchas veces que hay que cerrar heridas, que no hay que abrirlas, cuando en realidad están abiertísimas. Creo que sería el punto exacto en el que se une esta línea de no decir, no pensar y no juzgar lo que fue la impunidad.

Se ha señalado reiteradamente el carácter específico de la represión franquista sobre las mujeres republicanas y sus hijos. ¿En qué medida el trauma adopta también ese carácter diferencial?

En cierta medida, es distinto y es igual. Es decir, hombres y mujeres pasaron por las mismas cosas, pero ellas tuvieron que sufrir además por el lugar social que ocupaban. En la República había habido inicios de transformación de esa cultura sexista y machista. Entonces, ¿por qué para las mujeres fue distinto?

Porque después de la Guerra siguieron sometidas. Y las mujeres de los ganadores, de los vencedores, también siguieron sometidas. Menos que las otras, evidentemente, pero también. Por poner un ejemplo, hasta la muerte de Franco las mujeres no tenían posibilidad de dar la nacionalidad española. Mi madre era de aquí, nunca se hizo argentina, y nunca pudo darme la nacionalidad a mí, ya que estaba casada con un hombre argentino.

En el caso de la paciente que he mencionado anteriormente, que ya pertenece a la cuarta generación, el trauma se manifiesta por un rasgo: «todas las mujeres de la familia somos sufrientes». Dicho así, parece una tontería, pero es algo que marca una forma de ser de la mujer en una familia y en una sociedad. ¿Por qué todas las mujeres son sufrientes? Porque en ese momento no había garantías de ningún tipo, ni siquiera una salud mental que funcionara y que pudiera escuchar. Había dolor y había humillación. En un trabajo que publiqué en la revista Cargolins, en Tarragona, hablaba sobre el silencio de las mujeres. Y lo que defendía en ese artículo es que a las mujeres las exiliaron de la palabra. Tuvieron que ser el sostén de muchas cosas, de familias destrozadas. No había hombres. O estaban presos, o estaban muertos, o estaban en el exilio, o estaban escondidos con la guerrilla. Las mujeres, por lo tanto, estaban al pie del cañón, cuidando de los hijos y criándolos, sufriendo humillaciones de todo tipo. Durante años, por el hecho de ser republicanas, o por ser la mujer, o la madre, o la novia, o la hija de un rojo, eran consideradas unas guarras, unas sucias y, en definitiva, malas mujeres. Entonces eso, por ejemplo, es algo transmitido sobre el lugar de la mujer.

Teresa Morandi

Está también la cuestión de no poder relacionarse con el otro por la desconfianza. ¿Quién viene a casa y por qué? Esto es una cosa muy propia de los vencidos, una cosa que despacio fue viciando los lazos sociales hasta romperlos. / Foto: © Nicolo Ongaro

En tu libro afirmas que para poder elaborar el trauma son imprescindibles el soporte social y el acceso a la palabra. ¿Cuál ha sido tu experiencia con los grupos de Palabra y Transmisión?

Hicimos varios grupos en diferentes lugares aquí en Catalunya, y el resultado fue muy interesante. Estuvimos en Figueras, en Girona, en Granollers, que también tuvo lo suyo con los bombardeos y demás. Lo que intentábamos hacer es que los grupos los dirigieran psicoanalistas de esos mismos lugares. La idea era juntar a las diferentes generaciones. Y sí se consiguió. Había gente joven, gente de mi edad, abuelitas de noventa años, etc. Y se pudo hablar. Fue una experiencia impresionante, y había hombres y mujeres. En la Casa de la Dona, en Barcelona, vino más gente joven que gente que había pasado la guerra. Pero a la vez tenían toda una serie de recuerdos de sus abuelas, temas sobre la comida, como por ejemplo la cuestión del trauma y el pan. Estaba el paciente de cuarenta años que te contaba que vivían en casa con la abuela y que no se podía tirar el pan, aunque les cayera al suelo, porque era un pecado grandísimo. De niño no lo entendía. ¿Cómo lo va a entender un niño? Y lo que pudo entender después es que para la abuela el pan era algo muy preciado, justamente por el hecho de haber vivido la miseria y el hambre durante la guerra. Todo esto se compartió. Desde el hambre, lo que vivían, el ruido de las bombas en Barcelona, etc. Y hubo la posibilidad de que la gente pudiera participar, de que los jóvenes pudieran escuchar y entender cosas tan aparentemente simples como este tema del pan.

A parte de esto, otra de las razones por las que intentamos hacer los grupos tenía que ver con el restablecimiento de los lazos sociales, ya que es precisamente eso lo que puede ayudar a resolver la cuestión del trauma y el duelo. Se habló, por ejemplo, de la desconfianza, del hecho de que todo quede en familia y nada pueda salir. Y es que hay secretos muy gordos en las familias. O a veces ni siquiera son tan gordos, pero uno se los imagina así porque son secretos. Está también la cuestión de no poder relacionarse con el otro por la desconfianza. ¿Quién viene a casa y por qué? Eso es algo muy propio de los vencidos, algo que poco a poco fue viciando los lazos sociales hasta romperlos.

Entonces, ¿cómo seguir en esto? En mi opinión, la gente tiene ganas de saber, de hablar, de pensar.

Por último, ¿qué papel crees que debería tener la sociedad civil en los procesos de memoria y reparación? ¿Y el Estado?

Montse Armengou, que es una periodista muy interesante, afirma que las personas que vivieron esa época habían muerto tres veces: primero, con la violencia y la muerte en la guerra y la posguerra; segundo, con el silencio en la dictadura; y tercero, con el olvido en la Transición. Esta es una cuestión clave, porque el Estado siempre debe tener una actitud de amparo, sobre todo cuando hay traumas de por medio. Y de esto, los diferentes gobiernos que ha habido desde la Transición se han ocupado muy poco. Es verdad que ha habido iniciativas puntuales, como por ejemplo la del Memorial Democràtic aquí en Catalunya. Pero los Gobiernos son responsables de hacer justicia. Y deben hacerla en relación a los juicios, que eran juicios ilegales, en relación a los asesinatos, en relación a la represión permanente que hubo sobre las personas, en relación a la apertura de fosas, cosa que aún está muy verde.

Y la sociedad civil siempre tiene posibilidad de hacerlo. Y lo está haciendo. Están las familias, a las que habría que apoyar, como en tantos otros aspectos de las luchas y las reivindicaciones que desgraciadamente apoyamos poco.

Pero en la medida de lo posible, creo que hay que apoyar, hay que denunciar que esto es una herida abierta en nuestra propia carne, y que en la medida en que podamos ir cerrándolas iremos construyendo una sociedad más sana.

Por: Martí Font Carbó | @CharlesMarlow17
Fotos: Nicolò Ongaro | @NOngaro
Fuente: Directa, 29/03/2019